REISERIN
Desde la lejanía divisó, una vez mas, el horizonte. La palidez de la luz destacaba aun más los tonos rojizos del cielo, los prados verdes se tornaban de un gris plateado con las gotas de rocío cristalizadas sobre la hierba.
Aristane contemplaba aquella imagen, llenando plenamente sus pulmones de aquel aire puro, como si así pudiera capturar aquel instante dentro de sí, sintiendo como la energía de la naturaleza la tomaba.
Permaneció inmóvil por unos instantes, mientras se abandonaba a la multitud de sensaciones que se agolpaban en su interior.
Después, montó de nuevo su caballo y al galope, en la distancia, volvió la vista atrás por un instante mientras emprendía el camino hacia su nueva vida.
Al amanecer se hallaba ante las puertas de la ciudad de Reiserin, con la que tantos años llevaba soñando; era la ciudad de las oportunidades, allí por fin tomaría las riendas de su vida.
Avanzó con decisión por las calles de la ciudad aún dormida, observando curiosa su alrededor. Se acercó hasta el río para que su caballo descansara y también así, darse un baño para deshacerse del polvo del camino.
Aristane contaba con dieciocho años. Era una joven de una belleza exótica, de la cual no era consciente. Sus ojos castaños, levemente almendrados, reflejaban toda su valentía y su fuerza. Su cuerpo, delgado pero fuerte, dorado por el sol, reflejaba su humilde cuna.
Ya era una mujer, todas las experiencias vividas la habían llevado a madurar antes de hora. Era un espíritu libre, jamás había querido sentirse atada a nada, y por fin veía cumplido su sueño.
Sus ropajes, algo gastados por el uso, le daban un aspecto de mujer humilde pero luchadora. Sus pertenencias eran pocas, pero le bastaban para comenzar su nueva vida.
De pequeña solía soñar que era una valiente heroína que salvaba al mundo de la opresión y el hambre como los héroes de las historias que le contaba cada noche su padre. Él había sido un valioso caballero de la corona, había luchado en mil batallas al servicio del rey, en su juventud, hasta que conoció a su madre, una hermosa y sencilla campesina por la que abandonó la orden de caballería para cultivar la tierra y llevar una humilde vida.
Ahora que su padre, su referente, su héroe particular había muerto, Aristane quería seguir sus pasos y vivir su propia aventura, seguir su propia estrella. Todo hubiera sido diferente y más fácil de haber nacido varón. Aunque a su padre no le pareció nunca un impedimento para adiestrarla en las artes del combate con armas, eso sí… romas. Quería formar parte de ese mundo más que cualquier otra cosa. Quería dejar su huella, sentir que su venida al mundo había tenido un sentido…no ser un grano de arena más en el desierto.
Cuando volvió a las calles de la ciudad todo parecía diferente; las chimeneas humeaban, sonaban los martillos en las fraguas, las mujeres comenzaban sus tareas cotidianas, los hombres se dirigían al campo entonando alegres cantos, los niños correteaban entre carcajadas detrás de los animales que empezaban a desfilar por las calles... todo se había llenado de vida. Una sensación de
bienestar sorprendió a Aristane. Se dirigió a un lugar apropiado para dejar su caballo y tras haberlo sujetado se despidió de él con una leve caricia:
- Querido Sarim, deséame suerte – le susurró con una hierática sonrisa.
Se dirigió a la fragua donde encontró al maestro armero preparando sus utensilios.
- Disculpadme señor, me llamo Aristane, vengo desde muy lejos y me gustaría poder hallar un empleo. ¿Podéis ayudarme?
_ ¿Que sabéis hacer?- Respondió el maestro fríamente sin apartar la mirada de su labor.
_ Cualquier cosa, señor. No tengo experiencia pero aprendo rápido. - dijo enérgicamente.
_ Lo siento muchacha, pero no puedo ayudaros, necesito un hombre fuerte y que conozca el arte de la forja.
A continuación, el maestro, volvió a golpear el acero en el yunque ignorando la presencia de Aristane.
Ella, giró sobre sus pasos y se adentró de nuevo en las calles, apesadumbrada, pensando que aquella tarea no iba a ser fácil.
Se acercó a la puerta de un carpintero que pulía con insistencia un tronco de nogal.
_ buenos días señor, busco un empleo, ¿podéis ayudarme? Soy capaz de realizar cualquier tarea que se me requiera. Mi nombre es Aristane.
_ Sois muy joven y bella, vos no deberíais estropear vuestras delicadas manos con las astillas de la madera. ¿Por qué debería yo contrataros? – dijo el maestro carpintero mirándola con una media sonrisa socarrona.
_ Señor, necesito un trabajo, vengo de muy lejos y estoy sola.
_Lo siento, pero no puedo ayudaros, deberíais acercaros al taller de la modista... Tal vez allí tengan algo para vos... - añadió rotundamente retomando su tarea.
Aristane estaba desesperanzada, no quería aprender a coser y pasarse su vida hilando y tomando medidas. Su vida necesitaba aventuras, alicientes y una motivación para luchar y seguir adelante. Siendo mujer iba a ser una tarea complicada. Aún así ella no se dejaría vencer tan fácilmente por las adversidades, era valiente y su convicción férrea. Nada es tan poderoso como la voluntad de una promesa hecha a un padre en su lecho de muerte.
Se sentía cansada, después de todo el día recorriendo la ciudad en busca de empleo y recibiendo negativas, así que se acercó a una taberna que encontró en su camino, en cuyo cartel pudo leer: “Taberna del destino”, lo cual le pareció curioso y le hizo esbozar una sonrisa irónica. Al entrar por la puerta experimentó una sensación extraña sin explicación aparente... en el interior vislumbró, entre la tenue luz que acogía el lugar, tres largas mesas de madera maciza algo afectadas por la humedad del ambiente. En ellas había unos hombres que bebían de unas grandes jarras rebosantes de cerveza y conversaban animadamente, tras la ajada barra se hallaba el dueño de la taberna, un hombre anciano de aspecto apático ataviado con un mugriento delantal de color indescriptible que secaba unas jarras de barro con un trapo de igual color, y la que debía ser su hija, una joven de cabellos rubios, blanca tez y expresión risueña y afable, que debía tener aproximadamente la misma edad que Aristane.
Se acercó a una mesa desocupada que había en el rincón de la estancia y se sentó. Seguía notando aquella extraña sensación, se sentía observada, era como si una mirada le atravesara... miró hacia el ángulo contrario de la habitación y en la penumbra halló unos ojos que la escrutaban. Un hombre de mediana edad, de larga cabellera grisácea, la observaba con mirada insistente. Aristane, intrigada, mantuvo la mirada hasta que vio un gesto de la mano del enigmático personaje que la invitaba a acercarse. Ella obedeció y se aproximó vacilante.
- he oído que buscáis trabajo, ¿es así?- dijo el hombre a media voz sin abandonar su posición.
- Así… es… señor. Puedo preguntaros cómo lo sabéis? - repuso Aristane sorprendida.
- Quizá tenga algo que ofreceros… - dijo el hombre, esquivo.
Intuyendo que esa pregunta no iba a ser contestada decidió obviarla y descubrir qué pretendía.
- De que se trata? decidme - contestó intrigada.
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